Si has observado a las
personas que te rodean, te habrás dado cuenta de que eres único. Solo tú tienes
ese rostro y solo tú tienes esa forma de ser con tus virtudes y defectos, tus
sueños y proyectos. Reconocer esas características propias e individuales es
comprender tu identidad, los rasgos que te definen frente a los demás. Ese
sentido de la identidad puede ampliarse a grupos más grandes, como los miembros
de una etnia indígena o los ciudadanos de un país. Sus características
compartidas los distinguen de los otros grupos.
Reconocer tus rasgos de
identidad te conduce a adquirir confianza en ti mismo: teniendo claras tus
capacidades y debilidades puedes orientar tus acciones y relaciones con los
demás. En un plano más amplio, te lleva a celebrar defender la cultura propia
de tu grupo, tu estado o tu país. Eso no significa, sin embargo, que te cierres
a las expresiones de otras culturas o personas que pueden enriquecer tu visión.
Tus propias expresiones pueden enriquecer la de ellas.
Este valor se relacione con la
honestidad, que te permite aceptar lo que eres, y con la tolerancia, que te
permite aceptar lo que son los demás. Es como si por un momento te vieras en un
espejo y, por otro, te asomaras a la ventana para ver el mundo (y también para
que el mundo te vea a ti).
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